El fin de semana del 13 de Noviembre nos fuimos durante 4 días con otros 9 voluntarios a Ometepe, la isla más grande del mundo rodeada de agua dulce. Antiguamente eran dos islas independientes. En una de ellas se encuentra el volcán Maderas y en la segunda isla, el Concepción. Tras la erupción de uno de ellos con las rocas surgidas de la explosión se formó una única ínsula.
Para llegar hasta allí tuvimos que ir en bus hasta Rivas y luego tomar el ferry “Che Guevara” en San Jorge. Tras 45 minutos de trayecto por el lago, aunque por el oleaje bien podía ser el mar, llegamos a Moyogalpa, una de los dos pueblos grandes de Ometepe.
Volcán Concepción |
Una vez allí, y tras establecernos en un hostal que regentaba una familia, nos dimos un paseo cerca del puerto y cenamos en una terracita.
Al día siguiente agarramos un bus para ir a Altagracia, la otra localidad grande de la isla, que ese mismo día celebraba la fiesta patronal: San Diego.
Parque central de Altagracia |
Sonia entre las reproducciones de los volcanes en Altagracia |
Cuando encontramos alojamiento y nos habíamos metido un señor desayuno entre pecho y espalda nos dirigimos, vía camioneta, hacia el Ojo de Agua, un paraíso de aguas cristalinas cerca de la impresionante falda del volcán Concepción. Aquí estuvimos bañándonos durante una horas y disfrutando de semejante destino de relax y tranquilidad.
Ojo de Agua |
Sonia con estatua a la entrada del Ojo de Agua |
Por la noche, esta vez a pata, nos encaminamos de vuelta a Altagracia, no sin antes encontrarnos con una procesión de gente cantando y agitando ramos mientras llevaban en volandas al santo local. Esa misma noche, mientras nos encontrábamos en la fiesta de la localidad, con verbena y chiringuitos, algún indeseable se estaba apoderando del dinero y el móvil que uno de nuestros compañeros había dejado confiado dentro de la habitación del hostal.
El sábado, como no podía ser de otro modo, agarramos otro bus para llegar hasta San Ramón, un pueblecito costero a la sombra del volcán Maderas. Encontramos aquí un pequeño hostalito, en la casa de doña Conchita, en primera línea de costa, con un trato muy hogareño y con la compañía de gallinas y chanchos (=cerdos). Creo no equivocarme si digo que a tod@s se nos pasó por la cabeza robar un banco norteamericano y fugarnos a este rincón del mundo.
Hospedaje "La Cascada" en San Ramón
Ese mismo día ascendimos hasta la cascada de San Ramón tras una hora y media de caminata. La estampa del chorro de agua cayendo desde 60 metros, mientras reflejaba el arco iris, bien mereció el “paseo”. Nos bañamos en la misma cascada, comimos y nos dirigimos de vuelta a casa Conchita para contemplar el atarceder a la orilla del lago.
El domingo, una caminata elegante, de unos 13 kilómetros y bajo un sol de justicia sobre nuestras cabezas con las mochilas al hombro, para llegar hasta el pueblecito de Santa Cruz, donde nos esperaba un hostal muy bonito y mejor a simple vista de lo que estábamos acostumbrados. Dejamos nuestras cosas y nos fuimos a ver las piedras con dibujos tallados (petroglifos) que se suponen de época muy antigua, pero sin ningún tipo de explicación que nos lo aclare.
Tras la vuelta al hostal una cena copiosa, un rato de charla y a la cama, no sin antes, taparnos hasta las orejas y poner el abanico (como llaman aquí al ventilador) enfocado hacia nuestras cabezas, para ahuyentar a la nube de mosquitos que teníamos merodeando a nuestro alrededor.
El lunes por la mañana montamos pronto en un bus que nos llevó hasta Moyogalpa, desde aquí un ferry pequeñito y luego otro bus para acabar de nuevo en Granada, con el buen sabor de boca que nos había dejado la isla de los dos volcanes, paradisíaca, con un toque rústico, que la convierte en un lugar único.